El
diabético es esencialmente un organismo que no tolera los hidratos de carbono
porque no los sabe utilizar. El tratamiento deberá seguir dos caminos
simultáneamente: por una parte, reducir el aporte de hidratos de carbono a los
límites de tolerancia; por otra, aumentar la tolerancia del organismo hacia
los hidratos de carbono, es decir, reeducar racional y progresivamente los
órganos glucorreguladores. Cuando se haya completado esta obra de reeducación,
el organismo habrá adquirido una tolerancia normal hacia los hidratos de
carbono. Este es el concepto fundamental del tratamiento de la diabetes y el
significado de su curación.
En
algunos casos, los trastornos son perfectamente dominables por medio de la
insulina, pero aparecen de nuevo al suspender el tratamiento; en otras
palabras, la insulina es capaz de equilibrar de nuevo el metabolismo de los
hidratos de carbono pero debe administrarse a lo largo de toda la vida o, por
lo menos, durante un período de tiempo muy largo (por ejemplo, algunos decenios).
Se habla entonces de una diabetes susceptible de tratamiento. En otros casos,
la insulina es suficiente no sólo para reequilibrar el metabolismo de los
hidratos de carbono, sino también para reeducar los órganos glucorreguladores,
estabilizando definitivamente el metabolismo; por
consiguiente, puede suspenderse durante un período más o menos prolongado
(meses o años), sin que se produzcan de nuevo trastornos clínicos, glucosuria
o hiperglucemia. Se trata en tal caso de una diabetes susceptible de curación.
Casi todas las diabetes son susceptibles de tratamiento y muchísimas son
susceptibles de curación.
Como
es natural, no todos los casos de diabetes pueden tratarse o curarse con la
misma facilidad.
La
prognosis, es decir, las posibilidades de curación de la diabetes, está ligada
a muchas condiciones. Ante
todo, depende del período en que se inicia el tratamiento. En general, cuanto
antes se afirme el diagnóstico de diabetes y se comience el tratamiento, tanto
mayores serán las probabilidades, por no decir la seguridad, de obtener la
curación. El diagnóstico precoz es una de las condiciones indispensables para
curar y tratar: esta máxima puede aplicarse a todas las enfermedades, pero
especialmente a la diabetes. A este respecto, es necesario recurrir a los análisis
específicos de laboratorio (análisis de la glucosuria y de la hiperglucemia),
especialmente cuando se trata de individuos constitucionalmente predispuestos.
Un
índice glucémico de 1,50-1,75 g por litro permite un juicio favorable; de
2-2,50 g por litro impone una prognosis más reservada, y un índice de 3-4 g o
más por litro expresa una situación grave. Sin embargo, en estos casos, un
oportuno tratamiento dietético-insulínico consigue detener el avance progresivo
del mal. Como es natural, una hiperglucemia elevada se acompaña de una intensa
poliuria y de cierta gravedad del cuadro clínico: a éste deberá atribuirse un
considerable valor prognóstico.
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