sábado, 12 de abril de 2014

El diabético es esencialmente un organismo que no tolera los hidratos de carbono porque no los sabe utilizar. El tratamiento deberá seguir dos caminos simultáneamente: por una parte, reducir el aporte de hidratos de carbono a los límites de tolerancia; por otra, aumentar la to­lerancia del organismo hacia los hidratos de car­bono, es decir, reeducar racional y progresiva­mente los órganos glucorreguladores. Cuando se haya completado esta obra de reeducación, el or­ganismo habrá adquirido una tolerancia normal hacia los hidratos de carbono. Este es el concep­to fundamental del tratamiento de la diabetes y el significado de su curación.



En algunos casos, los trastornos son perfecta­mente dominables por medio de la insulina, pero aparecen de nuevo al suspender el tratamiento; en otras palabras, la insulina es capaz de equili­brar de nuevo el metabolismo de los hidratos de carbono pero debe administrarse a lo largo de toda la vida o, por lo menos, durante un período de tiempo muy largo (por ejemplo, algunos de­cenios). Se habla entonces de una diabetes sus­ceptible de tratamiento. En otros casos, la insu­lina es suficiente no sólo para reequilibrar el me­tabolismo de los hidratos de carbono, sino tam­bién para reeducar los órganos glucorreguladores, estabilizando definitivamente el metabolismo; por consiguiente, puede suspenderse durante un período más o menos prolongado (meses o años), sin que se produzcan de nuevo trastornos clíni­cos, glucosuria o hiperglucemia. Se trata en tal caso de una diabetes susceptible de curación. Casi todas las diabetes son susceptibles de tratamien­to y muchísimas son susceptibles de curación.

Como es natural, no todos los casos de dia­betes pueden tratarse o curarse con la misma fa­cilidad.

La prognosis, es decir, las posibilidades de curación de la diabetes, está ligada a muchas condiciones. Ante todo, depende del período en que se ini­cia el tratamiento. En general, cuanto antes se afirme el diagnóstico de diabetes y se comience el tratamiento, tanto mayores serán las probabi­lidades, por no decir la seguridad, de obtener la curación. El diagnóstico precoz es una de las con­diciones indispensables para curar y tratar: esta máxima puede aplicarse a todas las enfermeda­des, pero especialmente a la diabetes. A este res­pecto, es necesario re­currir a los análisis específicos de laboratorio (análisis de la glucosuria y de la hiperglucemia), especialmente cuando se trata de individuos cons­titucionalmente predispuestos.


Un índice glucémico de 1,50-1,75 g por litro permite un juicio favorable; de 2-2,50 g por litro impone una prognosis más reservada, y un índi­ce de 3-4 g o más por litro expresa una situación grave. Sin embargo, en estos casos, un oportuno tratamiento dietético-insulínico consigue detener el avance progresivo del mal. Como es natural, una hiperglucemia elevada se acompaña de una intensa poliuria y de cierta gravedad del cuadro clínico: a éste deberá atribuirse un considera­ble valor prognóstico.

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